El Silencio de Dios

Miramos la prueba como algo muy difícil de superar

Por Tatiana Isabel Rodríguez Chacón

¿Alguna vez has escuchado la frase que dice: «cuando el alumno está en examen, el maestro está en silencio»? Esa idea me ha estado dando tantas vueltas en la cabeza y me ha llevado a meditar en ello.

En primer lugar, he analizado la posición de los estudiantes, pues aunque existen de muchos tipos, sólo aprobarán aquellos que conozcan la materia.

En segundo plano está el profesor; éste debe ser capaz de transmitir el conocimiento de manera clara, a tal grado que el alumno pueda procesarla. Además debe ser sagaz, con la capacidad de disipar las dudas de los estudiantes sin darles las respuestas, ya que el alumno es quién debe responder de forma correcta a cada pregunta. 

Ahora bien, ¿cómo visualizamos esto desde el punto de vista espiritual? Aunque parezca no tener sentido, sucede algo similar entre Dios y el creyente. Nosotros, como cristianos, debemos ser evaluados de tal forma que nuestra fe crezca con cada prueba que atravesamos, como lo dice la misma escritura:

«Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo» (1 Pedro 1:7 NTV). 

En reiteradas ocasiones miramos la prueba como algo muy difícil de superar, así como ciertos alumnos miran sus exámenes tan complejos. Mientras que en otros momentos consideramos sencillas aquellas pruebas, las cuales superamos muy rápido. Pero, ¿por qué algunas parecen ser eternas, mientras que otras se sienten más breves? Y ¿por qué en aquellas pruebas que parecen más largas se percibe tanto silencio por parte de Dios?

En este tipo de pruebas es donde más sentimos morir; nos quedamos sin fuerzas, pensamos que no existe una salida, ni un lugar de reposo, como si estuviéramos en un desierto, y anhelamos llegar a un oasis; oramos y oramos, sin embargo lo único que encontramos es silencio.

Pensamos que Dios no nos escucha o no se encuentra a nuestro lado, pero en realidad Él está como el maestro silencioso; observando al alumno en cada paso que damos, prestando atención a nuestras decisiones, si vamos a buscarlo como lo hace el alumno con su profesor para resolver dudas, o si vamos a actuar de manera deliberada y hacer las cosas conforme a nuestro parecer. Lo que hagamos hará la diferencia.

El silencio por parte de Dios, no se debe a Él, sino a nosotros. El Señor nos permite atravesar por la prueba para ver qué tanto hemos estudiado «la materia», es decir, qué tanta atención le hemos prestado a la enseñanza de nuestro Maestro Jesucristo, cuánto hemos escuchado la voz de Dios, y cuánto nos hemos sumergido en su presencia en humildad, oración y lectura de las Escrituras. 

En resumidas palabras se trata de cuánto confiamos en Él, ya que si endurecemos nuestro corazón durante la prueba, más larga se torna esta, y el silencio de Dios se extiende. 

El Señor nos lleva al desierto no para morir, sino para amarlo aún más, porque para aquellos que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8:28).


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