Una pastorela sin villano

Foto por Diana Gómez

¡Qué dicha la de actuar en un teatro de verdad!

Por María Guadalupe García Monterrubio

El primer lunes de octubre, a la hora del receso, Daniel y Elisa corrieron a ver el periódico mural. Allí estaba ya la convocatoria del concurso de teatro. Para poner en práctica lo aprendido durante dos años, en la secundaria Carlos Pellicer era tradición que los alumnos de tercero se organizaran para escribir, ensayar y representar una pastorela. 

La participación garantizaba el diez en Español y en Artes, pero cada grupo hacía su mejor esfuerzo para obtener el primer lugar, cuyo premio consistía en un lote de libros, una piñata y tres funciones en el auditorio del Centro de Cultura y Artes. ¡Qué dicha la de actuar en un teatro de verdad!

Daniel y Elisa además de ser compañeros desde la primaria, eran buenos amigos y tenían el mismo interés en difundir el mensaje más importante de la Navidad: el nacimiento de Jesús. Si su grupo no ganaba, al menos lo compartirían en la escuela, pero ¿qué tal si llegaban al primer lugar?

No era fácil presentar una obra original, con una duración en escena de 35 a 50 minutos. La evaluación de la caracterización y la voz era muy rigurosa. Los grupos recibían apoyo de sus profesores de Español y Artes durante las fases de escritura y formación de equipos de actuación, dirección, música y escenografía, pero los ensayos debían realizarse fuera del horario escolar.

Daniel y Elisa ya habían hablado con sus compañeros. Comenzarían por la elección de tareas y papeles; luego escribirían la obra en forma colectiva. Los equipos para escenografía, vestuario y música se formaron de inmediato. 

Hubo competencia por los papeles de los pastores; no así por los de José y María porque salen muy poco. Daniel y Elisa los harían con gusto. 

Sin embargo, contrario a lo sucedido en años anteriores, no hubo quien quisiera actuar en el papel del diablo. Había tres ángeles, pero sin nadie que se les opusiera. Ese era un gran problema. 

El grupo empezó a escribir el libreto. Entre todos propusieron los diálogos del diablo, con la esperanza de que, finalmente, alguien se animaría a vestirse de rojo. Cuando sus profesores dieron el visto bueno a la obra, iniciaron los ensayos en el patio de la casa de Daniel, bajo la dirección de Elisa. 

En la lectura del libreto, se alternaron Carlos, Miguel y Eduardo para el discutido papel. De los tres, ninguno ponía un gran empeño. Los ensayos transcurrían cada vez mejor, pero en las participaciones del mencionado personaje, se perdía el ritmo. Todo apuntaba al fracaso en la presentación final.

A mediados de noviembre, Carlos se fue de la escuela por cambio de domicilio. El grupo le organizó una emotiva despedida. La competencia quedó entre Miguel y Eduardo. Sin embargo, nada cambió. Ya en las caras el interés decaía.

—Esto no puede seguir así —dijo Daniel—. Si quieren, yo lo hago, pero que alguien me sustituya. 

—Yo en realidad quisiera ser ángel —comentó Miguel—. El papel va bien con mi nombre. 

—Y yo —dijo Eduardo—, quisiera ser un pastor que peca y luego se arrepiente.

—Pero entonces no habría diablo —respondió Daniel. 

—¡Ojalá que así hubiera sido desde el principio! —se escuchó la voz de Diana.

—¡Entonces no tengamos ningún diablo! —exclamó Daniel—. ¡Ya está! ¡Sólo hay que hacer algunos ajustes!

Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron por cambiar el título. Dos semanas después hicieron el ensayo general ante familiares y vecinos.

El día del concurso, todos se preguntaban por qué en el programa no aparecía el acostumbrado villano. 

Después de ser llamados por los ángeles a adorar al niño Jesús, los pastores se prepararon para el viaje pero cada uno fue atacado por sus propios pensamientos y desobedeció.

Bato dijo que estaba cansado y prefería dormir.

Gila se negó a obedecer porque había nacido para mandar.

Bras sólo comía y comía.

Flora se ocupó en peinarse y maquillarse.

Bartolo estaba enojado, decía que todo apestaba.

Aurora temía salir porque era de noche.

Pascual decía que el mensaje de los ángeles era la más grande mentira. 

Celia estaba harta de ser una pastora pobre.

Todos peleaban y se ofendían.

Finalmente, los ángeles les mostraron la luz, y los pastores, arrepentidos, se presentaron ante el Nacimiento. 

El público aplaudió de pie. El mensaje había penetrado en el corazón de los presentes: Dios nos ama tanto, que envió a su Hijo para salvarnos y perdonarnos de nuestro pecado.


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