Cómo sané de una relación abusiva

Foto por Marian Ramsey

He recuperado el respeto y la dignidad que alguna vez sentí perder

Por Andrea Hernández

Hace quince años estuve en una relación traumática que no reconocí como abusiva hasta hace unos meses, cuando inicié un proceso psicoterapéutico. 

Yo creía que ya estaba sana, pues ya habían pasado muchos años, además de que tengo un buen matrimonio y una relación personal con Dios. Sin embargo, aún tenía heridas sin cicatrizar, secuelas sin reconocer y emociones sin explorar, entre otras cosas.

Es increíble cuánto daño puede dejar cualquier tipo de abuso en una persona. Muchas veces el dolor, el trauma y la vergüenza que provoca, lleva a la negación y al silencio, lo cual impide el proceso de sanidad. 

Todos estos años había catalogado mi experiencia como «solamente» un noviazgo tóxico o insano, pero el asimilar que lo que viví fue abuso, me sonaba muy fuerte e inconcebible. Fue a través del acompañamiento de mi terapeuta que pude dar varios pasos cruciales para sanar. A continuación compartiré algunos de ellos:

Nombrar el abuso

Cuando salí de ese noviazgo, me desahogué con quien pude y busqué apoyo, pero no fue suficiente. De manera inconsciente, me seguía echando la culpa e incluso minimizaba, normalizaba y justificaba la conducta de esa persona. 

Lo que viví no solo había sido una relación fallida con un novio tóxico. Se trató de un «abuso narcisista» y fue necesario ponerle ese nombre y decirlo en voz alta. Descubrir eso me ayudó mucho a entender lo que me había pasado y a dejar atrás la culpa y la vergüenza. 

Buscar recursos para sanar y hallar un «lugar seguro»

Es importante aprender a reconocer y evitar situaciones o personas peligrosas en un futuro. 

Encontré infinidad de excelentes libros y recursos en internet que me ayudaron. Sin embargo lo que hizo la diferencia en mi proceso fue buscar ayuda profesional, pues aunque muchas secuelas del abuso se pueden generalizar, mi experiencia fue única y no se puede comparar con otras. Por ello, necesité de alguien capacitado y con una perspectiva externa a la mía, que me supiera escuchar y acompañar en mi proceso.

Tener conversaciones intencionales «uno a uno» con una persona que conoce sobre los procesos de la mente y que sabe cómo guiarme hacia la salud mental, me ha brindado mucho aprendizaje, seguridad y confianza para seguir adelante. 

Redefinir el amor y tomar un camino diferente.

Cuando se vive un abuso, el concepto del amor se distorsiona. Es común empezar a relacionar el amor con los celos, el drama, la codependencia y la sumisión. En casos más extremos se justifica el maltrato, la humillación, las mentiras y el chantaje.

Una persona que abusa puede incluso usar la Biblia fuera de contexto para manipular y hacerle creer al otro que si de verdad ama con el amor de Dios, entonces «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», por poner un ejemplo. En mi caso, creí la mentira de que para aprender a amar tenía que «sufrir y soportar» gritos y reclamos, «creer» todo lo que me dijeran (aunque tuviera pruebas de que eran mentiras) o «esperar» esas promesas no cumplidas.

Cuando terminó mi tormento pude salir de muchas trampas mentales, pero tardé algunos años en borrar otras distorsiones que con el tiempo se convirtieron en creencias, como: «Los hombres no saben amar», «no merezco tener un buen esposo» o «el amor tiene que ser intenso y doloroso». Cuando me hice consciente de esto, tomé un rumbo diferente, mejor dicho, regresé a la definición original del amor, la cual está escrita en toda la Biblia. 

Aprender sobre uno mismo y tener límites sanos

Una de las cosas con las que aún batallo es dejar de verme como me veía la persona abusiva. Lo hago sin darme cuenta. A veces todavía creo esa voz que me aseguraba que no era suficiente y que mis defectos eran demasiados.

Por eso, ha sido muy importante escuchar voces de amor y sabiduría que proclamen mi verdadera identidad y me recuerden quién soy para Dios. He recorrido un camino preciado de aprendizaje sobre mi personalidad, fortalezas, habilidades, experiencia, potencial y tantas cosas más que componen mi ser y me fortalecen.

He recuperado el respeto y la dignidad que alguna vez sentí perder. Saber quién soy y lo que me corresponde hacer me ha ayudado a establecer límites sanos con otras personas. Ahora sé que solo soy responsable de mi comportamiento y no del de los demás. Yo tengo la capacidad, el derecho y la libertad de decir «no» cuando lo considere pertinente y de cuidar mi integridad en todo momento al relacionarme con los demás.

Vivir el duelo y dejar atrás el pasado

Cuando salí de esa relación sentí un gran alivio, pero también tuve que pasar por un proceso de duelo. Ese sentimiento de pérdida no fue realmente hacia la persona, sino hacia mí. Había perdido mi identidad, mi sentido de pertenencia, mi intimidad con Dios, con mi familia y amigos, además de mi gozo y esperanza. Había perdido tiempo y las heridas emocionales, junto con el daño psicológico no se podían deshacer.

Es imprescindible tomar el tiempo para sentir el dolor, el coraje y la rabia por lo vivido: Orar, hablar, estar en silencio, llorar, gritar, preguntar, escribir o lo que sea que nos ayude a dejar salir las emociones y empezar a procesar lo que pasó.

En medio del dolor surgieron muchas preguntas: ¿Por qué permití que me pasara esto? ¿Cómo no me di cuenta del peligro en el que estaba? ¿Podré volver a confiar en alguien? ¿Por qué me quedé ahí tanto tiempo? ¿Por qué no me sacó Dios de esto antes? Y muchas más. 

No quería reconocer mi realidad, pero hasta que acepté que no podía cambiar el pasado, pude desbloquearme poco a poco y confiarle a Dios mi futuro. Seguirá siendo parte de mi historia, pero ya no define mi presente, pues adquirí enseñanzas que me fortalecen y me dan esperanza en el porvenir.

Hacer crecer la llama de la sanidad

Estos pasos pueden ser representados como pequeñas llamas que van creciendo. Al comenzar a «nombrar el abuso» fue como si hubiera encendido un pequeño fuego después de haberme sentido silenciada y en completa oscuridad. Conforme fui avanzando en estos pasos, la flama fue creciendo, proporcionándome calor y una nueva perspectiva.

Hoy puedo afirmar que mi flama es mucho más grande y vistosa que hace unos años, o incluso meses. Mi trabajo es seguir nutriéndola, permitiéndole crecer. Seguiré abogando por el amor que sí viene de Dios y su justicia, seguiré levantando la voz en contra del abuso y me continuaré equipando con recursos valiosos para protegerme a mí y a otros de esos enemigos de la luz. Ahora estoy segura de que nadie podrá apagarla jamás.


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