Y Dios usó a la mujer (Parte 3)

Foto por Phil Eager

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Las mujeres en la obra misionera 

Por Elisabeth F. de Isáis (1925-2012)

¿Es voluntad de Dios que la mujer sirva al Señor en algo más que la cocina y las visitas a los enfermos?

Por un lado, está claro que las Escrituras enseñan que todos debemos ser evangelistas, en el sentido de compartir la fe con los demás. Si somos salvos, todos tenemos en nosotros al Santo Espíritu de Dios y por lo tanto el poder para compartir el mensaje.

 Hombres y mujeres tenemos la promesa de Jesús: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). Asimismo tenemos el ejemplo de los primeros cristianos que hicieron un trabajo tan extraordinario que la Iglesia se multiplicó en muy pocos años.

En efecto, al echar un vistazo a la historia de la Iglesia, y sobre todo de la obra misionera, lo poco que se ha logrado en estos dos milenios no se debe solamente al trabajo de los varones, sino en gran medida al empeño y empuje de las mujeres. 

Tenemos por ejemplo, el caso de la mártir Perpetua, una madre joven que se entregó a la muerte y fue sacrificada en el Coliseo de Roma en el tercer siglo porque no era capaz de negar a su Señor. Sin duda tocó muchos corazones paganos y los hizo reaccionar en favor de los cristianos. 

En la historia moderna sería interminable la lista de mujeres que Dios ha usado en obras pioneras en sus propios países o en otras tierras. Para empezar, los máximos héroes masculinos de la penetración del Evangelio en las naciones paganas, fueron fortalecidos por la compañía y el apoyo de sus esposas.

Por ejemplo, Ana Hasseltine, esposa de Adoniram Judson, visitó fielmente a su marido en las cárceles de Bruma en medio de las burlas del pueblo. Gracias a ella se salvó el manuscrito de las traducciones de las Escrituras que habían costado a Adoniram largos años de trabajo. 

O el caso de Mary Moffat de Livingstone, esposa adorada de David Livingstone, quien tuvo que vivir separada de él en Inglaterra mientras su esposo viajaba por todo África, buscando lugares más salubres para los futuros misioneros europeos que no podían soportar las enfermedades tropicales. Cuando ella lo acompañó en una ocasión, murió casi inmediatamente de uno de estos azotes.

Catalina de Booth no era precisamente una misionera, en el sentido de ir a otro país, pero como esposa del fundador del Ejército de Salvación ejerció una tremenda influencia en Inglaterra en la segunda mitad del siglo antepasado. Fue predicadora, autora, luchadora por los pobres y madre exitosa. Murió en 1890 dejando una huella indeleble. 

En América Latina, Susana de Strachan hizo una inmensa labor en Costa Rica; su esposo Enrique Strachan era un evangelista que viajaba constantemente, así que le tocó a ella dirigir la incipiente Misión Latinoamericana que fundaron en el año 1921. Mujer dinámica y altamente consagrada al Señor, fundó en nombre de su esposo un hospital, un orfanatorio, un seminario, una escuela de enfermería y otros ministerios antes de morir en 1950. 

Pero no todas las heroínas eran casadas. ¡Cuántas heroínas solteras en lugares de gran peligro y desafío! Mary Slessor en África, conocida como «la reina blanca de Okoyong». Gladys Aylward en la China, una ex sirvienta usada poderosamente por Dios. Maude Cary en Marruecos, valiente ante los prejuicios del Islam. Lottie Moon en China, de la que su jefe norteamericano escribió en 1878: «Considero que una soltera en China vale por dos hombre casados».

Ruth Tucker hace un recuento en su libro Hasta lo último de la tierra: «Realmente es una historia maravillosa… Empezamos en debilidad, permanecemos en poder. En 1861 había una misionera soltera en el campo, señorita Marston, en Bruma; en 1909, había 4,710 solteras en el campo... En 1861 había una sola sociedad de mujeres organizada en nuestro país; en 1910 había 44. En ese entonces los que apoyaban llegaban a unos cuantos cientos; hoy día hay por lo menos 2 millones. Antes la cantidad ofrendada era de 2 mil dólares; el año pasado se levantaron 4 millones de dólares…». 

Durante la primera década del siglo XX, las mujeres por primera vez en la historia, sobrepasaron el número de hombres en las misiones protestantes. Habían empezado a servir como misioneras en países al otro lado del mar desde 1820.

Tucker observa en su historia: «En algunas áreas del mundo, fue únicamente por medio del trabajo de las mujeres que el Evangelio penetró por las antiguas barreras culturales y religiosas… si se puede generalizar acerca de un aspecto de las solteras y sus ministerios, quizá sea su disposición de hacer trabajo pionero difícil».

Ejemplo de esto es Amy Carmichael, una misionera inglesa que fundó un orfanato para cerca de dos mil niños de la India. Durante 50 años no regresó a su patria, siendo recluida en su recámara los últimos años de su vida. Usó el tiempo no solo para dirigir las operaciones de la enorme institución que había fundado, sino también para escribir libros apasionados acerca de las necesidades espirituales del mundo pagano. El fruto de su pluma conmovió a toda Inglaterra. 

Por otro lado, pocos evangélicos mexicanos saben que Melinda Rankin, una estadounidense que amaba a los mexicanos, es considerada como pionera de buena parte de la obra evangélica en este país. 

Un libro clásico acerca de las misiones, titulado Mujeres occidentales en tierras orientales de Helen Barrett Montgomery, fue publicado en 1910. El libro de Lettie Cowman, misionera al oriente, titulado Manantiales en el desierto es otro ejemplo del poder de la palabra escrita en cuanto a motivar la vida espiritual de los cristianos. 

«Las mujeres sobresalieron en casi todos los aspectos de la obra misionera, pero los campos de medicina, la educación y la traducción fueron afectados por su trabajo experto en forma particular… », dice Ruth Tucker en su Historia de las misiones.

Por ejemplo, Ida Scudder efectuó una obra muy grande en la India con sus dones y su educación como doctora en medicina. Hija de misioneros de la misma región, Scudder realmente no tenía intención alguna de seguir con la tradición familiar, pero cuando regresó al país de su niñez para una visita, no pudo resistir el llamado de millones de enfermos que carecían de recursos para atenderse. «El amor de Cristo nos constriñe», exclamó el apóstol Pablo; miles de misioneras han seguido sus huellas.

Muchas han sido mártires. Cuando Berry de Stan y su esposo fueron asesinados en China en 1934, la noticia estremeció al mundo de tal manera que centenares de jóvenes ofrecieron sus vidas para la obra misionera. Lo más dramático de su caso, fue la milagrosa salvación de su bebé, quien fue protegida por dos valientes creyentes chinos y entregada a los líderes misioneros de otro lugar. 

Una idea de lo que sufrieron algunas de estas misioneras, se revela en un par de cartas escritas por una señorita que trabajaba en Granada, Nicaragua en los años 20: una carta habla de los vecinos que «cubrieron anoche nuestras puertas con excremento». 

Miles de misioneras nunca alcanzaron la fama ni el reconocimiento mundial, pero «sus obras con ellas siguen», para parafrasear Apocalipsis 14:13. Un ejemplo es Anna Dohrman, de la Misión Centroamericana, quien escribió en el principio del siglo pasado: «En seis semanas he viajado 230 millas en mula por estos horribles caminos, he predicado 35 veces a auditorios que van desde ocho personas hasta 300, he visitado más de cien hogares y he distribuido cientos de folletos, Evangelios y porciones de la Escritura. He sido apedreada, golpeada, perseguida y maldecida. Los sacerdotes (católicos) enviaron multitudes armadas con piedras, basura, desechos de animales, arena, silbatos, cornetas y lenguaje vil» (traducido del libro 100… and counting, por Dorothy Martin). 

Sí, Dios usa a la mujer, tanto hoy como ayer, porque ella tiene capacidades idóneas para muchos aspectos de la obra cristiana, pero también porque hasta ahora no ha habido suficientes hombres para cumplir la tarea. 

Cada día hay más conciencia en las iglesias de este país, de que la misión no es únicamente en nuestra localidad sino en todo el mundo. Y tanto mujeres como hombres están inflamados con la pasión misionera, con la visión de predicar el Evangelio a toda criatura antes de la segunda venida del Señor. 

Algunas de las mujeres irán como solteras con la consigna de cuidar su testimonio y su vida moral; otras irán como esposas con los consiguientes problemas de dividir su tiempo entre el esposo, los hijos y la obra misionera. Lo que es claro es que todas necesitarán del apoyo espiritual de las iglesias que las envíen, por medio de la oración, además de las finanzas. 

La causa de Dios necesita maestras, enfermeras, doctoras, periodistas, secretarias, trabajadoras sociales, músicos, evangelistas, además de madres y esposas fieles. No cabe duda: Dios puede y quiere usar a la mujer. Le toca a la mujer responder a su llamado. 


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