Vale la pena esperar

Foto por Betty Guerra Perdomo

A todas nos intriga quién será el hombre que nos acompañe en la vida, ¿cuál será la recompensa de la espera?

Por Adaia Dominique Boche

En los últimos meses se viralizó en redes sociales un reto para medir la paciencia de los niños pequeños. Al ver estos videos, recordé un experimento que estudié en mi segundo año de universidad. 

Para este experimento, la Universidad de Stanford, juntó un grupo de niños voluntarios. A cada uno se le pidió que se sentara en un cuarto en el que solo había una silla y una mesa. Una vez que el niño tomaba asiento, los investigadores le mostraban un plato con una recompensa (un malvavisco).  

Le decían a cada pequeño que ellos saldrían del cuarto por unos minutos y que se podían comer el malvavisco en ese momento, pero que si esperaban a que ellos volvieran, les darían un segundo malvavisco. 

El trato era claro, disfrutar de la recompensa ahora o tener el doble si decidían esperar.  A continuación, el adulto salía del cuarto dejando a cada niño con una enorme tentación durante 15 minutos. Más allá de registrar las tiernas reacciones de los pequeños, este experimento tenía una intención mucho más profunda. 

Los investigadores querían estudiar la capacidad de los niños para esperar por una recompensa retrasada, que era más atractiva.  

Cuando se trata del noviazgo, aprender a esperar es una de las cosas más difíciles. Hoy en día hay mucha información errónea acerca de las relaciones y sin darnos cuenta nos rodeamos de situaciones incómodas que nos hacen más difícil la espera. Y es que parece que en nuestra cultura tener o no una relación define nuestro valor como personas. 

Cuando Dios creó a Eva, lo hizo pensando en que no era bueno que Adán estuviera solo (Génesis 2:18). Es natural que queramos experimentar una vida en pareja, pero apresurarnos a tomar esta decisión pone en riesgo lo más valioso que tenemos: nuestro corazón.

A veces pensamos que lo que pasa en nuestros noviazgos no son más que simples experiencias. De hecho, he escuchado a personas que dicen que no hay problema en iniciar y terminar relaciones constantemente, pues argumentan que esa es la única forma de aprender sobre ellas.  

Sin embargo, nos guste o no, todas las relaciones dejan huella y un corazón roto no es una cosa menor. Exponernos a este tipo de situaciones puede causar un daño profundo que impacte nuestras vidas para siempre.  

Fuimos diseñadas para dar y recibir amor. Dios quiere que disfrutemos de relaciones sanas y si bien usa las malas experiencias amorosas para ayudarnos a madurar, su plan nunca fue que sufriéramos por esta razón.

He aprendido que esperar es bueno, porque reduce las probabilidades de tener un corazón roto, y que poner mis ilusiones en Dios, es la mejor forma de cuidar mi corazón. 

«Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Proverbios 4:23). 

Guardar nuestro corazón significa cuidarlo de todo daño. La realidad es que nadie está exento de ser lastimado, pero sí podemos evitar ponernos en riesgo. Un noviazgo debe ser un tiempo de bendición y alegría previo al matrimonio, en el que haya crecimiento espiritual y emocional de parte de los involucrados y no cualquiera está preparado para asumir un compromiso de esta magnitud. 

A veces nos comportamos como los niños del experimento, es mucho más fácil tomar la opción inmediata, después de todo ¿no está mal, o sí?, todos lo hacen. Lo triste es que olvidamos que no esperar trae dolor a nuestras vidas y que la espera viene con una recompensa mayor. 

Una investigación posterior al experimento de Stanford reveló que los niños que decidieron esperar por la recompensa, en promedio, tuvieron mejores resultados en diversos aspectos de su vida: sus estudios, los trabajos que consiguieron e incluso la calidad de su salud y sus relaciones. La recompensa de estos niños no solo fue un malvavisco extra. Saber esperar trajo grandes bendiciones a sus vidas a largo plazo. 

Lo mismo pasa con el noviazgo. Esperar o no, por el momento y la persona indicada definirá mucho de nuestro futuro. Mi papá siempre dice que la segunda decisión más importante de nuestra vida, después de seguir a Jesús, es decidir con quién compartiremos el resto de nuestros días, es por eso que no debemos tomarla a la ligera. 

Dios conoce los deseos de nuestro corazón y está interesado en que vivamos una vida plena y feliz con relaciones sanas. La forma más sencilla de esperar es disfrutando de nuestra relación con Dios y confiando en sus promesas, bondad y fidelidad. Él nos conoce y sabe lo que es mejor para nosotras. 

Al igual que en el experimento de los malvaviscos, tenemos la libertad de elegir si estamos dispuestas a esperar. Por eso cuidemos nuestro corazón, depositemos nuestros sueños y anhelos en el Señor y disfrutemos de las bendiciones y las personas que ya ha puesto en nuestras vida, confiando en que a su tiempo, recibiremos una recompensa mayor. 

No importa cuán difícil sea la espera o si todos a nuestro alrededor hacen lo contrario, debemos confiarle nuestros deseos a Dios. Él es experto haciendo planes. ¡Vale la pena esperar! 


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