Una misión de vida

Extraordinaria mujer mexicana dejó su legado con los otomíes

Por Elisabeth de Isáis 

De niña en la Ciudad de México gozaba de muchas ventajas. Tanto su mamá como su abuelita eran fieles creyentes en Jesucristo y el hogar con sus cuatro hermanos era un lugar feliz, aunque su papá murió bastante joven. 

Ella asistió al prestigioso Colegio Americano en la colonia Las Américas y aprendió a hablar bien el inglés además del español. Participó de todo corazón con la iglesia presbiteriana Príncipe de Paz, y fue presidenta durante varios años del grupo de jóvenes del Esfuerzo Cristiano.

Con tales antecedentes, ¿quién hubiera imaginado que Artemisa Echegoyen Gleason dedicaría su vida a servir a un grupo indígena? Pero le llamaban la atención las antiguas culturas de México; incluso fue sola a conocer las ruinas en Yucatán. 

Una vez un lingüista norteamericano visitó el Esfuerzo Cristiano y les contó a los jóvenes acerca de sus experiencias al vivir entre los mixtecas de la costa. «Arti» quedó fascinada. Más tarde algunos miembros del grupo juvenil viajaron a un pueblo de Guerrero, a visitar a una pareja que estaba aprendiendo náhuatl con la intención de traducir la Biblia para aquellos indígenas. Arti sabía que su futuro tenía que ser algo semejante.

¡Manos a la obra! 

A los veintinueve años de edad, dejó de trabajar como secretaria bilingüe para el jefe de una aerolínea filipina y se inscribió en el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en la Universidad de Oklahoma, EUA. El ILV es una organización de traductores cristianos, de varias nacionalidades. 

Durante ese año escolar tomó cursos de Biblia en la Universidad Biola en Los Ángeles y luego regresó para otro curso de verano del ILV. Era la primera mexicana que colaboraba con ellos.

Parte del entrenamiento para los lingüistas en aquel tiempo, era pasar varios meses en un campamento en la selva chiapaneca, para prepararse a vivir entre una etnia sin los servicios y comodidades habituales. Terminada esa etapa, Artemisa regresó al centro del ILV de la Ciudad de México, orando para que Dios le enseñara dónde estaría su futura asignación. ¿A cuál de las etnias la enviaría el Señor?

En las oficinas conoció a la pintora y dibujante Catalina Voigtlander, quien alternaba su tiempo entre ilustrar los libritos de alfabetización de las lenguas indígenas y la sierra oriental de Hidalgo donde estudiaba el idioma otomí. En agosto, Cata la invitó a visitar el pueblo de San Gregorio. 

«Durante ese mes allí, tuve la convicción de que ese era el idioma y lugar donde Dios quería que le sirviera», compartió Artemisa.

Al  mes siguiente durante la convención bianual del ILV, fue asignada oficialmente al proyecto otomí de la sierra, lengua que se habla en el municipio de Huehuetla, Hidalgo, y en municipios colindantes de los estados de Puebla y Veracruz. 

En una sencilla ceremonia, sus compañeros de la iglesia Príncipe de Paz la comisionaron para servir allí y prometieron su apoyo en oración y con ofrendas. ¡No se imaginaban que su amiga pasaría cuarenta y cuatro años (a partir de 1962) en tal servicio ni que llegaría a ser la presidenta del ILV en México! 

Aquellos tiempos

Años después Arti recordó sus primeras impresiones de sus amados indígenas: «Practicaban su religión animista de forma paralela a la católica. Adoraban al agua, al sol, al fuego, a la tierra, a las semillas y demás, guiados por los chamanes o sacerdotes de su propia religión. Como la región era insalubre y había mucha enfermedad, abundaban los “brujos” que les daban tratamientos mágicos a los enfermos. Había una gran ignorancia del cristianismo y escasa comprensión de la religión que profesaban».

Una condición que los líderes de San Antonio el Grande habían puesto para que Cata pudiera vivir entre ellos, era que llevara medicamentos. Así que durante la estancia de las dos traductoras en el pueblo, además del trabajo en la lengua, atendían a los enfermos. 

«Dios bendijo este servicio y contestó nuestras oraciones, pues poco sabíamos de medicina y enfermedades. Gracias a Él muchos sanaron. También llevamos a algunos a hospitales o a consultar a médicos en la Ciudad de México. Pocos años después, empezaron a llegar brigadas de salud a vacunar a los niños. Dios utilizó estas acciones conjuntas para reducir la mortandad en el pueblo, sobre todo en la población infantil. Ahora ya cuentan con una clínica y servicios de salud más accesibles», explicó Arti.

Poco a poco algunos jóvenes empezaban a cuestionar la realidad de la religión animista de sus mayores. Fue en esos momentos que una traducción bastante preliminar del Evangelio de Juan en otomí, atrajo la atención de Domingo Santiago. 

Él y algunos jóvenes iban a la casa de Cata para estudiar la Palabra de Dios y eventualmente colaboraron en la traducción. En especial Fidencio Rosas quien por tradición debía continuar el chamanato de su abuelo, el último brujo poderoso de la región, pero Fidencio prefirió servir a Jesucristo.

Dos años después de iniciar el estudio del idioma, Artemisa pudo empezar sus labores de traducción, ya que según su compañera Cata: «Arti tenía facilidad para aprender la lengua, que debe ser una de las más complicadas del mundo». Su primera tarea fue escribir un resumen del Pentateuco en colaboración con Domingo.

Además de traducir, las dos mujeres procuraban siempre «servir en lugar de ser servidas». Arti recordó:

«Hubo brigadas médicas, instalación del cableado en el templo y reforzamiento de las paredes, se les proporcionó un cable de acero para que pudieran cruzar el río crecido, se inició un proyecto para abastecimiento de agua y se les ayudó a hacer contacto con diversas agencias estatales y federales. 

»El empeño y tesón de sus líderes y la buena disposición de la comunidad para colaborar en los proyectos, les permitió acceder al servicio de educación primaria y edificación de aulas, electricidad, camino vecinal y muchos otros servicios. En alguna medida contribuimos con nuestro granito de arena. Ahora cuentan además de la primaria con kinder, maternal, secundaria y bachillerato».

Aunque actualmente existen escuelas en español en áreas otomíes, donde la lengua indígena domina, hace falta la enseñanza del idioma original. Por ejemplo, las cinco vocales del español no son suficientes para leer en otomí donde hay trece vocales.

Otro proyecto fue coleccionar himnos y cantos en otomí. Compilaron un himnario con 167 cantos, algunos traducidos, y otros compuestos originalmente por varios otomíes gracias a su participación en un taller de música. 

Ocurrieron detalles simpáticos entre los otomíes mientras iban comprendiendo las enseñanzas bíblicas. Cuando Domingo Santiago enseñó que la Biblia dice que las esposas deben respetar a sus maridos, mencionó también que los hombres deben tener cuidado en cómo tratan a sus mujeres porque si no, Dios no escucha sus oraciones (según 1 Pedro 3). Un murmullo de sorpresa se escuchó entre los presentes y muchas actitudes cambiaron.

Anteriormente las mujeres tenían que ir a ayudar a sus esposos en el campo además de todo su trabajo en casa, pero ahora las cosas han mejorado, no solo entre los creyentes sino en la comunidad.

Cuando nacían gemelos, solo cuidaban al primogénito y dejaban al otro morir porque lo consideraban un «espíritu malvado», pero ahora lo toman como una «doble bendición».

El creyente Fidencio, quien parecía destinado a ser chamán, grabó muchos mensajes para un programa radial transmitido desde Poza Rica, Veracruz, y escuchado por toda el área de los otomíes. 

En 1974 con gran regocijo se publicaron los veintinueve libros del Nuevo Testamento de la Biblia, en un solo libro. «Fue motivo de mucho gozo para todos», dijo Arti. 

Durante la lectura final del libro antes de ser publicado, los otomíes emocionados varias veces pedían que se detuvieran en algún versículo para anotarlo en un papelito y compartirlo después. Uno interrumpió gozoso: «Gracias a Dios que tenemos su Palabra en nuestro idioma. Si no fuera así no podríamos servirle, ¡tal vez ni hubiéramos llegado a creer en el Dios verdadero!». 

Los trabajos lingüísticos incluyeron otros proyectos. El ILV se había comprometido con la Secretaría de Educación Pública (SEP) para producir artículos, ponencias, diccionarios, gramáticas y otros documentos, todos de alto valor moral, que pudieran serles útiles a los hablantes nativos de las lenguas, a los educadores y a otros estudiosos de los grupos indígenas. 

Por tanto en 1979 se publicó Luces contemporáneas del otomí, una gramática del otomí de la sierra, de 358 páginas, hecha por las dos mujeres. También prepararon un diccionario español-otomí, un trabajo muy laborioso en el que colaboraron con varios otomíes. Cuenta con más de 5,500 entradas. 

Fuerte oposición

La historia de los movimientos nunca sigue una línea recta, sino que tiene muchas sorpresas y desviaciones.

Al empezar la década de los 80, gracias a sus dones artísticos Catalina fue enviada por el ILV a su país de origen para iniciar el Museo del alfabeto, en el Centro de aviación y radio del Instituto en Waxhaw, Carolina del Norte, EUA. En dicho lugar ya existía el Museo México-Cárdenas para honrar al general Lázaro Cárdenas, quien impulsó el ILV en sus años formativos y siempre lo respaldó. 

La inauguración del mencionado museo en la década de los 70 contó con la asistencia del embajador licenciado Hugo B. Margáin, doña Amalia Solórzano viuda de Cárdenas, su hijo Cuauhtémoc y su familia. 

En México el ambiente se tornó hostil hacia el ILV y sus traductores extranjeros. Varios tenían doctorados en lingüística, vivían ayudando a los indígenas y no recibían ni un centavo por su trabajo en el país. A pesar de ello, fueron acusados de increíbles delitos infundados, tales como esterilizar a las mujeres indígenas a través de inyecciones, enlatar a bebés, espiar para sus gobiernos, robar tesoros arqueológicos y otros. 

Por supuesto, la incomodidad principal fue el énfasis bíblico. Se decía que había que dejar a los indígenas con sus chamanes, sus supersticiones, sus terrores de los espíritus y su ignorancia. Una muy leída columna del famoso periodista Manuel Buendía agredió al Instituto con varias mentiras y otras supuestas denuncias. 

«Sufrimos fuerte oposición», mencionó Artemisa, quien en esa época era presidenta de la asociación civil. A ella le tocó trabajar muy de cerca con los directores del Instituto en la capital mexicana, enfrentando los ataques y relacionándose con altos oficiales del gobierno. Según ella: «Recibimos mucho respaldo y ayuda de varios colegas que participan en el proyecto otomí desde la Ciudad de México».

Por aquel tiempo cuando existían pocos canales de televisión, Artemisa tuvo que participar en programas moderados por Jacobo Zabludovsky donde otras dos o tres personas hablaban en contra del ILV. 

«Ella supo defendernos explicando con lógica las actividades y los motivos del Instituto, no solo para convencer a la oposición sino también mostrándoles respeto», dijo después una de sus compañeras. «Esta consideración fue característica de su trato con estas personas en los años posteriores. Siempre las saludaba amablemente y mostraba interés en ellas. Nunca guardó ningún rencor». El público que vio los programas televisados, comentaba acerca de la hermosa actitud de Artemisa, quien siempre respondía con amabilidad, gracia y dignidad.

Ella dejó de servir como presidenta del ILV en 2001, a los setenta y un años de edad. Siguió como asesora y coordinadora de alfabetización, miembro del comité ejecutivo y docente en cursos universitarios de lingüística además de otras actividades generales de liderazgo. 

Cambios

En 1989 los edificios del ILV en San Fernando, Tlalpan, fueron entregados a la Secretaría de Educación Pública y el Instituto estableció su centro para México en Tucson, Arizona, EUA. 

Todavía se ve en una pared del edificio principal en Tlalpan, una gran muralla con el tema de un indígena sembrando la semilla, una impresionante obra diseñada por Catalina Voigtlander hecha de piedras pequeñas de distintos colores tomadas de varios lugares naturales, mismas que Arti y Cata recogieron personalmente.

Ya mayores de edad, Artemisa y Cata decidieron establecerse en Tulancingo, Hidalgo, «la puerta de entrada a la región otomí», según Arti. Allí se dedicaron a capacitar a una nueva generación de otomíes como alfabetizadores y llegaron a contar con cuatro maestros dirigidos por Enrique Romero. En 1993 con varios líderes indígenas hicieron una grabación en otomí de la película Jesús de la Cruzada Estudiantil para Cristo, y «la película adquirió popularidad», según las mujeres.

Por otro lado, siendo especialista de alfabetización, Arti dedicó varios veranos a dar cursos en la Universidad estatal de Washington, EUA y en Guatemala. 

Pero en esta tierra la vida no es eterna. Artemisa enfermó de cáncer y se mudó a la ciudad de San Luis Potosí, donde tenía familiares. Se fue con el Señor el 11 de febrero de 2006, a los setenta y cuatro años de edad. Catalina la acompañó hasta el final y luego, por su avanzada edad, se mudó al Centro del ILV en Tucson, Arizona, EUA.

Numerosos cultos en memoria de Artemisa se efectuaron con gran emoción, tanto en pueblos indígenas como en la ciudad capital, recordando a esta mujer de dulce sonrisa, humilde porte y gran capacidad. 

Surge la pregunta: ¿Por qué no ha habido más mexicanos, tanto mujeres como varones, dispuestos a dedicarse como ella a la causa de los indígenas en este país? La Biblia repite vez tras vez que Dios desea ver a personas de cada tribu, cada lengua, cada nación y cada pueblo en el cielo, y al final todos doblarán la rodilla frente a Él, hayan conocido el mensaje del Evangelio o no. ¿Cómo serán salvos si los creyentes actuales no se atreven a participar en esta gran causa?


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