Una invitación a vivir un día a la vez

Foto por Marian Ramsey

A veces me ganan las ansias por asegurarme de que todo estará bien

Por Andrea Hernández

«Un día a la vez». Apenas alcanzaba la mayoría de edad cuando escuché esta frase por primera ocasión. Estaba indecisa respecto a una relación amorosa y le pregunté a una amiga: 

—¿Tendrá futuro esto? ¿Solucionaremos nuestros malentendidos? ¿Me casaré con él? 

A lo que ella me respondió: —Vive un día a la vez, Andrea. 

Me di cuenta de que estaba ansiosa por tener todas las respuestas ¡ya!, pero era imposible saberlas ese día. Con el tiempo descubrí que esa relación no funcionaría, aún me faltaba un largo camino por recorrer para encontrar al amor de mi vida. De haber sabido en ese momento que faltaban diez años para casarme con la persona correcta, me hubiera infartado por tener que esperar tanto. 

Desde entonces, pienso en esa invitación a vivir un día a la vez cuando enfrento temporadas de incertidumbre, dolor o dificultad. Aunque, siendo sincera, apenas empecé a aplicarla con más intención. No es nada fácil, pero ha valido la pena. 

A veces me ganan las ansias por asegurarme de que todo estará bien, por planear lo que haré el próximo año, por saber si voy a sufrir o a ser feliz, y cuándo y por cuánto tiempo. Pero ¿de qué me serviría conocer el futuro?, de absolutamente nada, más que para quitarme el gozo del presente. Para plantar raíces de amargura y desconfianza en Dios, creyendo que tengo el control de mi vida, cuando no es así. 

Una vez escuché una historia sobre un hombre que pasó por un cementerio acompañado de un amigo. Estaba sorprendido de lo que decían la mayoría de las lápidas: «Vivió dos años», «Vivió 5 años», «Tuvo 10 meses de vida», y así, ninguna pasaba de los cinco años. Al hombre le dio una profunda tristeza y le comentó a su compañero:

—¡Aquí están sepultados puros niños, son demasiados! ¡Qué pena! 

—No, amigo. Todos eran adultos, pero en este pueblo cuentan nada más los años que vivieron plenos, con intencionalidad y en contentamiento. Muchos de ellos tenían más de 50 o 70 años de edad, pero «vivieron con sentido» apenas un par de años. 

¡Qué fuerte! Imaginemos que en nuestra cultura se contara así nuestra edad. ¿Cuántos años tendríamos hoy bajo ese parámetro? 

Cuando era adolescente tenía facilidad para «detener» el tiempo y saborear momentos especiales así como también los más cotidianos. Era tan placentero sentarme con mis amigas en Palacio Nacional por horas, solo para ver un mural, platicar y observar a la gente pasar. 

Aplicaba esa perspectiva en muchas otras áreas de mi vida. Era una amante del presente, ávida coleccionadora de recuerdos para reproducir en mi mente en momentos de nostalgia, como garantía de lo feliz que había sido.

Sin embargo, con los años, la vida adulta se ha vuelto más difícil. En mi caso, las pruebas que he tenido que enfrentar este año han sido mucho más desafiantes y dolorosas que las que tuve de más joven. Llegué a sentir que había perdido esa capacidad o incluso las ganas de disfrutar los momentos como lo hacía antes. Y es que, el presente era tan difícil de tolerar que lo único que deseaba era un futuro mejor; sin dolor, sin enfermedad ni problemas. 

Quería adelantar el calendario hasta donde el sufrimiento de esta temporada ya no existiera. Me esforzaba mucho en no pensar que lo peor aún estaba por venir. En mis oraciones siempre incluía un «Señor, que esto pase pronto», «que lo otro se resuelva rápido». 

Pero en esos tiempos con Dios y con mi red de apoyo me di cuenta, una vez más, de que mi Señor y Salvador quiere ofrecerme paz, contentamiento y plenitud hoy, sin importar mis circunstancias. Eso quiere decir, que puedo no solo sobrevivir a los tiempos de tribulación, sino vivirlos un día a la vez, sin adelantarme a lo que pasará mañana. 

He cambiado mis oraciones y ya no incluyo en mis peticiones el «pronto» o «rápido». Las dejo en manos de Dios y puedo descansar en Él. He puesto mi mirada en Jesucristo y no en las tormentas. 

En efecto, aun procurando esta mentalidad he tenido días muy malos, pero en ellos me he encontrado con Dios y al final del día he hallado enseñanza y descanso. Por otro lado, he tenido días preciosos y magníficos en medio de mis problemas actuales, que me han llenado el corazón de gratitud y recuerdos que me han cargado de vitalidad y esperanza. Ha sido un error creer que puedo hallar gozo exclusivamente en tiempos de tranquilidad.

Solo tengo este día en mis manos para vivirlo de la mejor manera. Sigo considerando algunos planes y pendientes para mañana y la próxima semana, pero mi enfoque está en el hoy. No quisiera que pasaran los años para voltear atrás y ver que en este tiempo de dificultad me dediqué a sufrir e ignoré tantas bendiciones que Dios me daba día a día.

Dice en Mateo 6:34: «Así que no se preocupen por el mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. Los problemas del día de hoy son suficientes por hoy». Este versículo siempre me pareció muy obvio y simple, pero ahora veo cuánta profundidad y sabiduría hay en estas breves palabras. 

Regresando a la historia del hombre que visitó aquel cementerio donde los difuntos habían vivido al máximo el 5 o 10 % de sus vidas, reflexionemos en cuán diferente sería la nuestra si nos atreviéramos a vivir al máximo un día a la vez. Creo que, sin el afán de ser perfectos, si pudiéramos vivir a plenitud entre el 50 y 80 % de nuestras vidas, sería un gran logro. ¿Tomaremos el reto?


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