Reflexiones sobre la oración

Foto por Diana Gómez

Conectemos de maneras más profundas con nuestro Creador 

Por Brismar Garcia Zúñiga

¿Qué es la oración? ¿Cuáles son nuestras motivaciones al orar? ¿Lo podemos hacer mejor? Muchas preguntas nos surgen cuando reflexionamos sobre la oración; la comunicación más íntima que podemos tener con Dios.

Cuando hablamos con Él, le damos nuestras cargas y preocupaciones, y le compartimos nuestros sueños y anhelos. También recibimos su presencia, y al escuchar su voz nos volvemos tan sólo receptores. Nunca podremos comparar lo que recibimos de parte de Dios con lo que en nuestra pequeñez le podemos brindar, sin embargo, lo intentamos por amor.

Orar es amar a Dios y a nuestro prójimo.

«Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mateo 22:36-40).

Como hijos de Dios estamos llamados a interceder por otros, ya que si dejamos de pensar en nosotros por un momento, nos daremos cuenta de que la oración tiene que ver tanto con el amor a Dios como con el amor al prójimo.

En el caso de la intercesión, es importante estar en constante comunicación con Dios, preguntándole cómo orar por tal persona o necesidad, permaneciendo atentos a su voz. 

Orar es tener el corazón atento.

Una de las maneras para mejorar nuestras oraciones es tener la plena conciencia de lo que significa y permitir que el Espíritu Santo renueve nuestra mente: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). 

De esta manera somos capaces de redefinir el concepto de la oración, no sólo desde una perspectiva bíblica sino desde un corazón atento al corazón del Padre Celestial. 

Orar es ser creativos en nuestra comunión con Dios.

Estemos dispuestos a conectar de maneras más y más profundas con nuestro Creador. Fluyamos dentro de esas aguas frescas llenas de intimidad con Dios, disfrutando de un tiempo quieto ya sea al amanecer o al anochecer.

La oración no es más que intimidad directa con Dios y se desarrolla a partir de una conversación (no un monólogo) pero no se limita a ella, ya que la oración puede tomar formas creativas ilimitadas. 

Orar es contemplarlo a Él y a su creación.

Otra manera de describir la oración es mediante la contemplación de la belleza del Amado (Dios), ya que al estar de continuo en la presencia del Señor es inevitable no contemplar su gloria y majestad y quedar extasiados, desbordando amor. 

Orar es hallar descanso.

Es por eso que ir una y otra vez al lugar de oración siempre nos reanima, nos consuela o nos llena de energía espiritual y también mental. Nos da una mejor perspectiva de la situación que estamos viviendo, además de brindarnos claridad porque en la presencia de Dios hay orden, paz y por ende nuestro cuerpo descansa al disfrutar de la compañía del Padre. 

Esta cercanía nos lleva a detectar que la soledad, la ira o la desesperación ya no nos aplican, porque Dios es omnipresente y siempre está con nosotros y más si lo invitamos a ser un compañero constante en nuestras vidas por medio de la oración.

Y es así como comprendemos que la oración deja de ser una conversación vacía o mística, y se convierte en un tiempo sencillo, pero agradable, en el que podemos recargar nuestra cabeza en el hombro de Dios y rodearnos de sus alas para estar seguros: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente» (Salmo 91:1). 

Tomemos tiempos de oración agradables y memorables en el que la honestidad y la vulnerabilidad hacia Dios sean claves, no permitamos que nuestro tiempo de oración sea aburrido o por mera obligación religiosa. Asegurémonos de tener el corazón correcto al buscar a Dios.


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