Soy uno, ¿cómo luchar con mi lado oscuro?

Foto por Marian Ramsey

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Si dejo correr mi pensamiento como un caballo desbocado, nunca podré mantener bajo control ese lado oscuro

Por Sara Trejo de Hernández

Ha sido maravilloso descubrir mi tipo de personalidad. Por supuesto existen muchos cuestionarios y teorías que me pueden ayudar a entender por qué actúo, siento y pienso de cierta forma y por qué soy tan distinta de otras personas.

Tener esta información me sirve para relacionarme mejor con las personas de mi entorno familiar, laboral o eclesiástico.  

En las teorías de personalidad nunca he sido uno de los tipos en exclusiva, sino que tengo algo de varios. Una de esas teorías se llama Eneagrama. Es fascinante. En ella existen 9 tipos diferentes. Al hacer los cuestionarios, resulté ser UNO, con algunas características del DOS.

Una de las motivaciones de los UNO es ser moralmente buenos. Mis definiciones del bien y el mal son muy claras. Por esto tiendo al perfeccionismo. Esto es bueno, porque busco la excelencia. Pero, así como me exijo a mí, lo hago con los demás.  Por lo que con facilidad me convierto en juez inflexible.

Pienso, ¿por qué la gente no puede ser ordenada? ¿Por qué se paran en las entradas del Metro estorbando a todos los que queremos entrar o salir? Parece que los UNO, creemos que si todo fuera como pensamos, el mundo sería un mejor lugar para vivir.

También suponemos que todos ven el mundo como nosotros, entonces, ¿por qué no se comportan como es debido?

Esta es una carga muy dura de llevar, pues nos causa frustración y molestia. De la manera en que nos exigimos, lo hacemos con los demás. Y nos es difícil entender que los otros ven el mundo de forma distinta.

Como en todos los tipos del Eneagrama su mejor cualidad también es su peor debilidad.

Por eso, al descubrir esta ambivalencia pensé en cómo luchar contra mi lado oscuro.

En una ocasión estaba sentada en el templo esperando para que empezara el culto. Percibí que la luz que generalmente se enciende arriba del púlpito estaba apagada. Mi reacción inmediata fue querer corregir ese «grave error». Mi esposo que es muy tranquilo y equilibrado me dijo: «Alguien es responsable y sabrá qué hacer».

Por supuesto que el responsable nunca la prendió y todo el culto estuve pensando: «Debí haber ido yo a resolver eso».

Descubrirme, juzgando a otro y en la Iglesia. La verdad me hizo sentir muy mal. Ver que soy pecadora no es lindo, por eso de inmediato se me ocurrió como solucionarlo.

Pensé en tres acciones que podrían ayudarme para la próxima vez:

El primer paso es tener presente que cada tipo es distinto. No es tan fácil reconocer las diferencias, aceptarlas y aprender a colaborar, pero vale la pena el esfuerzo. Necesito ser muy intencional para conseguir un buen resultado. Puedo apreciar las cualidades de los demás, aunque no entren en mi categoría de «bueno». Ser diferentes es el plan de Dios. Y cualquier «error» de los demás, como el foco apagado, no es más importante que la persona que lo olvidó encender.

En Milamex somos de tipos distintos. Yo soy terrible con los números, pero una de mis compañeras es una apasionada por ellos y lleva las finanzas. Otro de mis compañeros es feliz haciendo diligencias fuera de la oficina, situación que a mí, no se me da. Entre todos hacemos un grandioso equipo, debido a nuestras características únicas.

El segundo paso es reconocer que me comporto como juez, y que la Escritura rechaza eso: «Solamente hay uno que ha dado la ley y al mismo tiempo es Juez, y es aquel que puede salvar o condenar; tú, en cambio, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo?» (Santiago 4:12).

Soy muy apresurada para emitir un veredicto sobre las personas. Como quien no prendió la luz en el templo. Seguramente era un irresponsable, desconsiderado. ¿Cómo se atrevía a no realizar la tarea que le correspondía?

Pero ahora, cuando salte mi crítica perfeccionista y controladora, debo hacer lo que dice la Biblia: «Todo pensamiento humano lo sometemos a Cristo, para que lo obedezca a él» (2 Co 10:5).

Si dejo correr mi pensamiento como un caballo desbocado, nunca podré mantener bajo control ese lado oscuro. Entonces en cuanto me sorprendo queriendo volver a las andadas, es imprescindible llevar cautivas mis ideas delante de Dios y dejarlas allí.

El tercer paso es, sabiendo que no hay bueno ni aun uno, debo ser humilde y no pedirle a Dios que cambie a los demás. En cambio, considerar lo que dice Filipenses 2:3: «Nada hagáis por contienda o vana gloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo».

Al dejar mi postura de juez, me queda claro que solo Dios puede cambiar a los que me rodean y a mí. Entonces lo único que me queda por hacer es pedirle al Señor que bendiga a aquellos que una vez quise juzgar.


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